El mal no viene solo decía mi abuela, nada camina solo, todo viene acompañado.
El Covid-19 es en sí una tragedia; más de 6 millones de contagiados, 370,000 fallecidos, una economía mundial quebrada y un panorama que va a distar mucho de lo que éramos.
Pero la crisis aún no termina allí; el Coronavirus ha desnudado, no la crisis de salud, ha presentado a todo color la calamidad, inoperancia y fatalidad de nuestro sistema político. En El Salvador la pandemia ha sido la justificación para que el Poder Ejecutivo viva en una encarnizada lucha en contra de la Asamblea Legislativa, tomando decisiones poco coherentes con el momento que vivimos; El Salvador quedará tan endeudado que pasarán varias décadas para poder alcanzar un nivel de solvencia.
Esta crisis ha dejado claro nuestros altísimos niveles de corrupción y miseria, casi en cualquier área del quehacer estatal, y ahora en este 31 de mayo llegó encima una depresión tropical que nos ha metido en un mayor nivel de emergencia; después de llover toda la noche y madrugada, a eso de las 6 a.m. cayó a nivel nacional una de las lluvias más torrenciales que jamás he visto; el río cerca de mi casa desbordó su caudal hasta mi alma, me dejó sin carro, con metros cúbicos de lodo; pero esto mío es un chiste, hay familias soterradas, lugares de habitación al borde de la muerte, personas que lo han perdido todo y quizá hasta las ganas. Hago una oración por nuestro desgraciado país.
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