Hace un par de semanas recibí la noticia sobre la muerte de uno de mis amigos de colegio, nos conocimos en 3° de primaria hasta primer año de bachillerato; murió de Covid-19, era Anestesiólogo de profesión y una de esas personas que no cambia, mantuvo su esencia; durante la juventud coincidimos en varias ocasiones hasta la adultez, nos reíamos de las mismas cosas siempre. Pero este amigo de nombre Julio fue el inicio de una serie de fallecimientos en cadena. Luego murió el tendero de mi colonia; Don Oscar, un adulto mayor de 75 años que enseñó a mi hijo a contar los cambios y a hacer llamadas a la casa porque olvidaba los encargos; un par de días después, Don Alfonso, un paciente vecino de edad similar a quien le abollé la puerta tantas veces y volé la pelota sobre su techo y siempre me la regresó, a pesar de que me iba a los puños con su hijo cada tarde por el futbol callejero. Un par de días después, Don Carlos, el proveedor de granos y cereales del mercado, en muchas ocasiones nos dió crédito cuando económicamente estábamos apretados; a parte, me daba un bastón de menta, y me decía: - tomá cipote, para el camino. Dos amigos médicos, en la misma semana: Alejandro y Javier, ellos fueron cheros de parranda durante la soltería, tres conocidos de mi colonia de toda la vida, donde crecí y disfruté hasta el tope mi infancia y adolescencia; dos elementos de la Policía Nacional Civil PNC, ex compañeros de armas que hicieron la transición del Ejército a la Policía, un alto oficial del Ejército y ex jefe de seguridad de la Asamblea Legislativa. La pandemia no solo nos ha encerrado y limitado económicamente, también se ha llevado a personas valiosas que han sido parte de nuestras vidas, nos ha robado emociones y sentimientos.
En todo este proceso muchos sin ser profesionales esenciales tuvimos que salir cada día porque somos esenciales para las actividades de la casa; estuve huyendo invicto del Coronavirus desde los primeros días del mes de marzo hasta el 7 de julio, sentado en la silla de un consultorio privado la Doctora Claudia me dijo: - Don Tomás, está contagiado de Covid-19; me oscultó revisando la prueba de PCR (Proteína C reactiva en sangre) una y otra vez, revisó mis pulmones, presión arterial, latidos del corazón, el abdomen y luego los pulmones una y otra vez. Me dió mil recomendaciones y el procedimiento a seguir durante 15 días, -prepárese, me dijo, los días más difíciles están por venir - . Salí del consultorio más por inercia que por deseo, subí al vehículo pensando en el cuadro general del resto de mi salud y que para nada me favorece, no encendí el carro, convenciéndome de tomar el tratamiento de la Doctora y no ir a terminar en un hospital, en donde probablemente no iba a encontrar cupo y muchos mueren cada día tratando de ingresar. Hablé con las personas importantes en mi vida, y me pitaron porque me quedé parado en la luz en verde del semáforo, comencé a avanzar y a coordinar en casa la logística que habríamos de tomar; a tratar de suavizar la noticia a mi octogenaria madre, mientras pensaba en que todas las personas que han fallecido, de mi entorno, han sido hombres; tal como lo demuestran las estadísticas, y qué cómo yo, tenían cuadros complicados de salud. No se puede creer en un promedio de recuperados cuando a diario sólo se notifican a dos o tres personas, y el Gobierno habla de más de 5000 personas que han derrotado el virus; definitivamente el gobierno del Presidente Bukele se extravió junto a un sistema político igual de podrido y corrupto. Me agobia, como a cualquiera, contagiar a quién amo y este es el gran socio del Coronavirus: el miedo, la incertidumbre; estoy viviendo en el más radical confinamiento posible , sin salir para nada, salvo al baño; el día de ayer, a pesar que había venido experimentando algún síntoma, explotó la fiebre, el dolor de cuerpo toda la noche hasta parte de la madrugada y luego sudé por dos horas; la tarde siguiente, por ansiedad o realmente molestias respiratorias, comencé a tener un esfuerzo para respirar; eso me hundió, aunque mantengo el olfato y el gusto, mi perra Luna viene a llorar a mi puerta y se para al lado de las ventanas; hoy se impulso y tiró la puerta, realmente no estaba cerrada, y saltó a la cama y estuvo allí como todos los días; tuve que escribir después que no la tocaran o la bañaran pero que guardarán distancia. Mi madre desde dentro de la casa me marca al celular y me dice: - ¿cómo están las cosas?, jamás le he dicho, en ningún momento de mi vida, cuando estuve mal, me dice entonces agarrate de Dios; mi madre es un monumento, una columna de mi parentela, ella es una matriarca; así lo fue mi abuela Luisa quien vivió 105 años; oigo también como murmuran sobre mi estado y pasan rápido frente a mi puerta.
El Covid-19 es más que esos reportes inconclusos de la OMS , es peor que el cáncer y más fulminante que el sida. Aquí me detengo en este acto de confesión obligado para aligerar la tensión. Aunque dilate llegar hasta aquí, quiero desnudar a este maldito virus; no se trata de mi experiencia, es poner en el banquillo a un par de fulanos socios del Coronavirus: la angustia y la desinformación. En primer momento desde ya, decirlo de la manera más pragmática y visceral, al tal Covid-19 se le puede vencer, no hay sobre esta tierra algo imposible. Para comenzar, debemos romper con la tradición de ir al médico o al hospital hasta que ya no hay oportunidad; en toda enfermedad, la que sea, en su fase inicial es tratable, el cáncer que sea; luego la automedicación, no olvidemos que los remedios caseros o la medicina natural funciona igual en un inicio, pero ante un enemigo que necesita dos semanas como mínimo para matarnos debe de actuarse rápido. ¡Ojo! el bendito té de limón o gengibre ayuda a levantar las defensas pero no cura, tenemos que tener el criterio de entender que pesa mucho, muchísimo su estado de salud emocional y fisiológica, ningún "menjurge" puede contra un espíritu pusilánime. En las redes sociales hay quienes, por un par de likes dicen con la mayor aseveracion cualquier cosa sin ningún escrúpulo; necesitamos salir de la virtualidad de la tecnología y enfocarnos frente a frente ante este despiadado ser.
La edad, el peso, los padecimientos crónicos, nos vuelven carne de cañón; eso implica más esfuerzo y prontitud, no espere a sentir que no respira para llevar a un familiar o usted mismo al médico o al hospital; la red hospitalaria a pesar del profundo y heroico esfuerzo del personal de salud, no da abasto; este mismo personal muere por falta de equipo de protección y el Sistema de Salud es un pantallazo maquillado por un Gobierno inepto que pelea destruyendo al enemigo equivocado, mientras a la vez nos estafan y llenan sus bolsillos. No hay nuevas maneras de hacer política, es la misma podredumbre mal oliente de siempre; ya los políticos en general desde el Presidente hasta los diputados y ministros son los grandes coautores intelectuales del Covid-19. Ante toda esta desolación necesitamos sacar lo mejor de nosotros, estar plenamente convencidos de que en esta brillante maquinaria que Dios nos ha provisto, la carga emocional potencia cualquier enfermedad. Tenemos la capacidad emocional de salir adelante, hemos salido de orígenes humildes a fuerza de lomo y sudor, hemos puesto la vida por ideales, hemos sido más capaces cuanto mayor ha sido el conflicto; necesitamos querer vivir, hay proyectos de vida inconclusos, hay caminos por recorrer , hemos formado familias contra viento y marea; a veces hasta se ha actuado descaradamente para salir adelante; no nos ahuevemos. Y sobre todo está la fe que les estorba a muchos y no la fe en religiones, tradiciones o huecas filosofías; pues hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres y su nombre es Jesús de Nazaret , él es mi estandarte, mi asidero y mi torre fuerte, ha sido mi escudo y mi fortaleza en él confiaré y en el nombre de Jesús se vaya al averno de dónde salió está pandemia; somos seres racionales y por naturaleza adoradores.
Deleitate a si mísmo en Jehová y el concederá el deseo de nuestro corazón. ¿Habrá algo imposible para Dios?
Aferrarse a la vida es la única salida y la vida está en Jesús.
👍
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