Una mañana de Navidad bastante fría, las sábanas tibias , en casa aún duermen todos, a la distancia uno que otro cuete y una sirena policial me terminan de despertar. Son las 7:15 am, varias décadas atrás junto a amigos de la cuadra, salíamos a revisar las huellas de la celebración de la noche buena. Botellas de cerveza y licor en las esquinas, uno que otro vecino que aún buscaba el camino a su casa para abrazar a la familia, y aquellos que armaban viaje a la playa o algún turicentro del país.por lo demás un silencio sepulcral. Pero nada de esto era de gran interés, si no revisar que casa tenía la mayor cantidad de papel periódico quemado como muestra de la pólvora que se había reventado. También buscar cuetes sin explotar era otra tarea interesante pero delicada, usábamos una vara, una rama quebrada de algún árbol o simplemente la punta del zapato,con gran cuidado se buscaba el tesoro hasta encontrar alguno y reventarlo de nuevo. El desayuno era cosa secundaria, muchos nos habíamos acostado de madrugada y algunos otros aún despiertos desde la noche anterior. El estreno, los regalos, el recalentado, comentar momentos especiales. los niños hoy son diferentes. Finalmente me levanto y veo por la ventana de la sala a un niño con su perro viendo entre la pólvora quemada si habrá algún cuete que se pueda volver a tirar.
¿Puedo titular algo tan grande como la vida? ¿Acaso puedo poner un tema sobre algo desconocido, incierto e incluso invisible? Menos lo puedo saber. Veo lo que está delante de mí, aunque tampoco lo entiendo. Veo cómo en ocasiones el dolor se apresura sobre mí para quedarse durante muchos días. Mientras que la felicidad apenas se asoma. ¿Qué puedo esperar cuando no hay nada que esperar? ¿Cómo puedo anhelar cuando no hay deseo? El deseo huyó lejos. Mientras tanto, veo mi sombra proyectada sobre una roca eterna. Quizá a esto le llamaré vida.
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