Con un territorio de 697 km², distribuido en 63 islas, un poco más de 50 años de independencia de Gran Bretaña y Malasia y una población de unos 5.6 millones de habitantes, Singapur hoy día es la quinta económia del mundo; esta información no es nada nuevo, pero lo que continúa dando qué hablar es de cómo esta muy joven nación alcanzó tal nivel de éxito.
La solución tampoco es un secreto; tuvieron la valentía de tratar el problema de la corrupción sin miseria. Tomaron la decisión de salir del viejo discurso demagógico de los países del Inframundo y poner en prisión aún, a sus seres queridos. La corrupción en Singapur era un cáncer terminal que mantenía sumido al pueblo en la más extrema pobreza y desgracia; esto los condujo a que fueran férreos en sus decisiones, firmes en sus propósitos, pero sobre todo, honestos consigo mismo. Además de apresar, en ocasiones castigar física y públicamente a los corruptos y hasta llegar a establecer la pena capital por delitos de corrupción; se apoyaron sobre un sistema de justicia probo: jueces, fiscales y abogados defensores que no debieran favores y no estuvieran al servicio de grupos de poder.
En lo personal, creo que este es el meollo del asunto, en esto estriba la grandeza del caso de Singapur; por eso he dejado de lado la inversión, la aplicación de la justicia, los nombres de los héroes de este proyecto y he centrado la importancia en el sistema de justicia que durante años fue permisivo, parcial y corrupto. Fue este errado sistema el que dejaba abiertos portillos que permitían que las leyes fueran evadidas y burladas; ante esto, se creó un ente contralor que constantemente escudriñara el accionar de los jueces y de los tribunales administradores de justicia.
Por de pronto, Singapur sigue en crecimiento y desarrollo, mientras en América Latina seguimos dejando que nos den atole con el dedo (viéndonos las caras) y jugando a librar ladrones.
Lo de Singapur no es un milagro económico ,es la victoria de la honestidad sobre la maldita corrupción.
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