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Un duro recuerdo de los " Acuerdos de Paz"

Solo por sacudirse un rato el covid-19

Por JTContreras

El teléfono sonó, era la línea directa del Mayor, ya era tarde y eso significaba problemas; la cultura nos enseña que las llamadas muy noche o muy temprano sólo son para dar malas noticias, -¡Ya nos jodimos! tanto trabajo, muertes, tanta destrucción, para terminar de ridículos; cuelgue. Las llamadas del Mayor significaban estar en la sintonía de él; no contaba hechos, pensaba en voz alta sus conclusiones . 

De inmediato colgué, el fax dió su tono y comenzó a imprimir una copia de los Acuerdos de Paz firmados en Nueva York; sabíamos que los Acuerdos de Paz eran una obligación, la guerra fría había terminado y simplemente ni Estados Unidos ni Rusia, por medio de sus satélites, iban a seguir financiando el conflicto armado salvadoreño; ya el proceso de diálogo era una carrera contra el tiempo porque había que desmontar el circo bélico y pasarlo a la trinchera política. 

Ya dejando la geopolítica, el pleito a nivel local se llevó a "acuerdos" y luego a "negociaciones" únicamente entre el poder económico y los comandantes de la guerrilla; el Ejército jugó perfectamente, como siempre, su papel de títere del Gobierno de turno.

El documento no tiene ninguna relevancia porque es una copia de un fax posteriormente fotocopiada; recuerdo haberlo conservado simplemente porque yo lo recibí, luego se traspapeló entre mis documentos y hoy mientras desempolvaba cosas personales, apareció, y con él, los años transcurridos; no es la historia de las cosas, es nuestra historia ante los acontecimientos. Un par de días después, el Mayor apareció en la oficina, no anunció su regreso; iba visiblemente alcoholizado, molesto, triste y defraudado como todos los miembros de la tropa y mandos medios; trabajar en el Ejército o estar de alta, marcó la vida de esa generación, la gran pregunta era ¿qué había de suceder?, a pesar del riesgo que representaba muy pocos querían dejar esa vida; pero una palabrita definía el futuro de todos: "desmovilización", supo a remover algo que ya no sirve. Desde la puerta de la oficina el Mayor tiró el ataché que un asesor gringo le había regalado, ese mismo oficial, había echado de cabeza al Coronel salvadoreño que abrió la boca, por lo que se hizo público el Caso de los Jesuitas; un día le pregunté por qué conservaba el regalo del Mayor gringo, -qué le importa- respondió; el día que causé baja por voluntad propia, me regaló el ataché, lo conservé para saber que no se puede confiar en nadie. Lo usé durante unos 10 años hasta que cumplió su vida útil, la enseñanza la conservo aún: "nunca confiar en nadie", "nunca esperar nada de nadie". 
Ese día el Mayor lloró, cuando entre lágrimas y maldiciones relataba la pantomima y el reparto de millones entre los negociantes, obviamente hoy cada bando puede contar la historia que quiera, algunos conocemos la verdad; las negociaciones de Paz fueron eso, un negocio en dónde el dinero para beneficiar a los combatientes fue el gran corruptor de una Paz ficticia, una Paz comprada o una Paz vendida. 

El cese al fuego fue un hecho político-económico, las causas por las que cada uno luchó quedaron sólo en la memoria de los muertos y de los sobrevientes; el gran ganador no fue el pueblo, porque la población puso los muertos, tampoco el gobierno porque además de ridículos y pésimos negociantes, terminaron pisoteando con su codicia la sangre de miles de salvadoreños muertos. Tampoco ganó la economía, porque nunca se objetó a la guerrilla por la destrucción del país, menos ganó la política porque a los muertos no les importa la democracia, la apertura de espacios políticos o la alternancia de poder porque estás cosas sólo beneficiaron a los políticos; gente como el diputado Parker, que desde ese entonces ya se paseaba entre los corredores del Ministerio de Defensa. 

Acuerdos si hubo, igualdad, no. Según la Comisión de la Verdad sólo el Ejército incurrió en violaciones a los derechos humanos, abajo de esa maldita mesa quedó la sangre de la población civil, intelectuales, empresarios, diplomáticos extranjeros, políticos, alcaldes; también los más de 1000 combatientes de la Guerrilla que asesinaron Mayo Sibrian y el Comandante Jonás (ex presidente Salvador Sánchez Cerén) en el volcán de San Vicente, Usulután y Zacatecoluca; y ese número es bastante conservador. No sólo duelen Las Hojas y El Mozote. Tres pálidas páginas y nuestra historia.

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