El sonido de la aguja segundera domina el silencio de la cuarentena y los anhelos están desinflándose como el juguete inflable para llevar a la playa, porque ya se nos vino encima el invierno. Cada quien sufre a su manera al indomable engendro pandemico, porque ¿Cómo obviar al invasor invisible que nos ha postrado?
¿Cómo ignorar la zozobra? ¿Cómo obviarte espera infinita?
Mientras tanto, en las calles se respira el temor empanizado en enojo contra el gobierno unos, contra la opocision otros; y el Ejecutivo, orquestando ejecuciones cada día en nombre del pueblo. El Procurador de Derechos Humanos intenta, pero su discurso no hace eco, se escuchan con más fuerza los grillos de la madrugada; ¡Ah! y los señores magistrados de la Sala de lo Constitucional son como aquellos músicos en la cubierta del Titanic que tocaban sus instrumentos mientras la nave se hundía. El Fiscal, ¡ah no!, el Fiscal General de la República es otra cosa, el Fiscal y Representante Legal de este país merece una corona por no existir y el Señor Ministro de Salud se merece otra, por correr, mientras lamenta haber aceptado ser protagonista de semejante parodia gubernamental.
Después de este atasco político, retorno a los sentires y emociónes del alma y la carne, y veo por la ventana cada día el silencio de una nueva realidad en dónde la distancia entre dos personas está marcada por un nuevo régimen: 1.30, 2 metros o 12 pies = 3.65 metros; entre más distante más seguro, pero los rebeldes nos seguiremos infectando de amor aunque después nos bañemos en lejía.
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