Cada vez que pasa un vehículo, se rompe el silencio de la noche, cada vez que algún espíritu chocarrero deambula se queja la calle. Cada vez, cada día, cada noche, todos los días la calle se lamenta; el crujir se escucha que corre entre las sepulturas e inquieta a los finados con eso de las exhumaciones, a los internos del hospital vecino y a mi. Cada jueves que viajo a San Miguel me hospedó en casa de mi amiga Elida, quien vive a unos metros del origen de ese incansable "bloc, bloc". Es una tapadera de aguas lluvias que se encuentran al centro de la calle, de norte a sur en en donde la 6a. Calle Poniente cruza la Avenida Roosevelt. Allí precisamente, desde hace un año, por la premura del Carnaval de San Miguel quedó ese detallito que me arrulla el insomnio y me hace esperar la alarma para hacer mis propios ruidos. Gracias Miguel Pereira porque sin ser Migueleño igual, me desvelo y de choto.
¿Puedo titular algo tan grande como la vida? ¿Acaso puedo poner un tema sobre algo desconocido, incierto e incluso invisible? Menos lo puedo saber. Veo lo que está delante de mí, aunque tampoco lo entiendo. Veo cómo en ocasiones el dolor se apresura sobre mí para quedarse durante muchos días. Mientras que la felicidad apenas se asoma. ¿Qué puedo esperar cuando no hay nada que esperar? ¿Cómo puedo anhelar cuando no hay deseo? El deseo huyó lejos. Mientras tanto, veo mi sombra proyectada sobre una roca eterna. Quizá a esto le llamaré vida.
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